lunes, 1 de agosto de 2011

Crisis y desorientación


Las crisis generan desorientación. Solo así, desnortados, podemos atrevernos a comprobar que la opción revolucionaria es preferible a la opción conservadora. La desorientación es posterior a la sensación de pérdida, y mucho más prolongada que el estado de shock y alteración generado por el accidente, por el nuevo mito fundador. Hace ya tiempo que el motor estalló, que los restos de la nave se pudren en la playa de la isla. Hace tiempo tambien que una primera desorientación pasó, para ceder el protagonismo a una mayor y más intensa, marcada por la sensación de estar desaparecido de un mundo que hasta ese momento fue el nuestro. No en vano, Lost se tituló en algunos países latinoamericanos como Desaparecidos, pues sus personajes habían quedado fuera del juego habitual, extraviados de la geografía ordinaria con sus latitudes convencionales. Es como cuando uno sale de su país, atravesando la frontera, y ya al otro lado de la barrera es consciente de que su persona no existe en la patria de origen. Es, más que un emigrante, un exiliado o un apátrida, un desaparecido, desvanecido de una dimensión para aparecer en otra, a la que, obviamente, cuesta habituarse.

El complejo desarrollo de la serie Lost, conforme avanzaban sus temporadas, despertó todo tipo de hipótesis sobre su sentido último. Para algunos podría ser que los supervivientes estuviesen muertos o en una suerte de purgatorio. Para otros, los perdidos estaban realizando un viaje en el tiempo o se hallaban, de alguna manera, influidos por la intervención de naves espaciales o de alienígenas. Había también quien sostenía que todo lo que sucedía tenía lugar en la mente de uno de los personajes. E incluso tampoco faltaron los que defendían que la isla era un simple plató de televisión y que los supervivientes eran participantes involuntarios de un sofisticado programa de reality show, un poco al estilo de la película El show de Truman. Sin embargo, nada de esto definía el sentido último de la serie, que un visionado con “otros ojos” podría revelar. Pues si, ciertamente, la contemplábamos con ojos estrictamente científicos, puramente paranormales, ajustadamente psicologistas o llanamente mediáticos, nos estábamos quedando en su periferia, reveladoramente desorientados por sus propias trampas, quien sabe si puestas allí de manera consciente o inconsciente por los guionistas. Porque, al fin y al cabo, ¿podemos afirmar que los guiones son una obra única de sus guionistas o intervienen “fuerzas” del inconsciente colectivo que ellos ni controlan ni tan siquiera sospechan que existen?

Hay que mirar de otra forma. El ojo abierto con que comienza la serie lo deja bien claro desde el primer momento. Por ello, cuando arranca la cuarta temporada todavía permanece la incertidumbre acerca de si los tripulantes del carguero Kahana tren la salvación o la destrucción. Pronto van a llegar a la isla las personas que iban en el barco, mientras que avances en el tiempo nos introducen la vida futura de los “6 del Oceanic” que lograron salir de la isla para tratar de seguir con sus vidas. Pero no es tan fácil. Una vez rota la línea la desorientación se establece de modo crónico. Y así les pasa a todos aquellos que inician un viaje de transformación interior, incluso les sucede a las naciones en su periplo histórico, tras las revoluciones, guerras o cambios drásticos. Lo que sirve para el interior sirve para el exterior. Es una ley demasiado arraigada como para perderla de vista. Razón por la cual una aventura aparentemente exterior como la de Lost está, en realidad, radiografiando las derivas y desorientaciones internas. Porque tiene que ser así y no puede ser de otra manera. Toda crisis genera desorientación. La isla es un punto en el océano que no sale en los mapas, sin norte. Los 6 del Oceanic permanecen desorientados en sus nuevas vidas, los que se quedan no experimentan más certidumbre en la isla. Se trata de una paradoja. La desorientación profunda, definitiva, es la que marca la nueva dirección. No se trata de una desorientación ocasional, superficial, transitoria, esta es definitiva. Hemos de volverlo a repetir. Definitiva. Sin los habituales finales felices. Vivir en la desorientación para encontrar un nuevo continente. Perderse para hallar. Desaparecer para reaparecer. Morir para vivir. Tal es uno de los mensajes últimos de la serie. ¿Demasiado sofisticado? ¿Demasiado zen? ¿Demasiado místico? Demasiado real, en todo caso. Demasiado real.

Gil-Manuel Hernàndez