domingo, 17 de abril de 2011

La isla de los vivos "murientes"


En los últimos decenios, especialmente en los últimos años, han arrasado las películas y series sobre zombis, sobre muertos vivientes. La última en triunfar ha sido la serie The Walking Dead, pero antes también lo fueron novelas como Guerra Mundial Z o Zombi. Guía de supervivencia, ambas de Max Brooks o films como Zombieland o 28 días después. Este fenómeno, que arranca en 1968 con la mítica La noche de los muertos vivientes, dirigida por George A.Romero, revela una gran eclosión de la creatividad colectiva alrededor del tema de los muertos andantes (“caminantes” sería más exacto), o vivientes. Se les llama así porque son humanos que murieron a causa de una enfermedad altamente infecciosa y letal, una suerte de virus, que después los revive en un estado cuasi vegetativo. Los muertos pueden andar y moverse toscamente (en las últimas películas también de manera rápida), y solo persiguen matar humanos vivos para alimentarse de sus entrañas y proseguir así su deambular errático.


Es como mínimo interesante que la eclosión creativa sobre los zombis se haya producido justo en el momento de aceleración y globalización de la modernidad, pero también de su crisis, que ha arrastrado los grandes proyectos colectivos y ha generado una especie de desorientación colectiva solo mitigada por la compulsión consumista y un aumento de las patologías de todo signo. Un tema que está también en el fondo de Lost, por la circunstancia de pérdida de norte individual y colectiva de los protagonistas. Sin embargo, existe una diferencia muy clara entre la problemática de las películas de zombis y Lost, que creo que arroja bastante luz sobre el sentido de estas creaciones artísticas del inconsciente colectivo vehiculadas a través de guionistas y directores. En el género zombi los muertos vivientes expresan la muerte psíquica mientras se mantiene una mínima vida física. Los zombis están muertos como seres humanos, especialmente como psiques humanas, pero una mínima actividad cerebral permite toscos e inconexos movimientos físicos, que buscan devorar carne con la intención de mantenerse en este lastimoso estado. En ese sentido, los muertos vivientes pueden ser una magnífica metáfora de los millones de personas con sus psiques descuidadas, abandonadas a su suerte, dominadas tan solo por la compulsividad de lo inmediato, deambulando por centros comerciales, estadios de fútbol, platós de televisión o ciudades atestadas. Por el contrario, en Lost ocurre una cosa bien distinta: los habitantes de la isla están bien vivos, pese al accidente fundador de su epopeya.


Así, al contrario que los zombis, que son muertos vivientes, los personajes de Lost son vivos “murientes”, que no moribundos, pues están vivos a costa de morir repetidas veces, que es lo que a los seres humanos les suele suceder en la vida. Un conjunto de muertes físicas para alimentar la vida psíquica. Los protagonistas de Lost caen del cielo a la isla en un accidente espantoso, es decir, experimentan una muerte, solo para conocer el valor de la vida y renacer en la isla, donde también irán muriendo al tiempo que renacen. De alguna manera, al final toda la serie es una entrelazada danza de vida y muerte, donde esta última sirve a la vida, que es siempre el telón de fondo, la energía que lo anima todo, que incluye la desaparición física, pero no la psíquica. Es más, en Lost uno comprueba que los zombis son los personajes antes de llegar a la isla, como Neo antes de acceder a la aventura de Matrix. Con apariencia de vida, pero muertos en el fondo a la vida, a sus desafíos y potencialidades. Solo que en el figura del zombi esta condición está especialmente encarnada, o si se prefiere descarnada, mostrada con toda su fealdad y repulsividad, evidenciando, pese a los costosos maquillajes y efectos especiales de las películas, más una condición interna que la apariencia externa, expresando la podredumbre o el desolado paisaje de las almas individuales libradas a su propia decrepitud.


En la isla de Lost ya no hay zombis: hay muerte, pero no muertos vivientes. Hay vida, pero también vivos “murientes”, que solo muriendo en sus existencias confieren sentido y significado a la vida y a la propia isla, que viene a expresar la vida misma y el misterio del cosmos. Porque, hay que admitirlo, no es lo mismo estar perdido que estar muerto. Los perdidos andan desorientados pero buscan un norte. Los muertos vivientes andan también desorientados pero no tienen la consciencia de estar perdidos, solo “viven” maquinalmente sin buscar ningún sentido a su existencia, que ya no es tal, sino una cáscara vacía de vida. La isla de Lost es verde y exuberante, lejos de las oscuridades y grises paisajes de las películas de zombis, y en ella moran los vivos “murientes” que la sufren y la gozan. Al fin y al cabo es comprensible, pues no han perdido el alma, y eso se nota.


Gil-Manuel Hernàndez i Martí

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