domingo, 4 de diciembre de 2011

El poder interno



El poder interno tiene poco que ver con el poder externo, el de los políticos y magnates, el de militares y empresarios. El poder interno no es una suerte de varita mágica para que todo se arregle, no procede de ninguna “ley de la atracción” ni llega llovido del cielo. No es una panacea, ni mucho menos. Más bien tiene que ver con lo que el monje budista vietnamita Thich Nhat Hanh denomina el “poder auténtico”, que implica una sabia combinación de fe, diligencia, atención plena, concentración y visión profunda, que se traduce en la posibilidad, llevada a la práctica, de transformarnos a nosotros mismos para llevar una vida más plena.

Ese poder no lo hallamos en determinados personajes de Lost, como aquellos obsesionados con el poder externo y la dominación. Por el contrario, lo vemos muy activo, en fermentación, en un proceso alquímico, en personajes como John Locke o Jack Shephard, cada uno a su manera. Locke se mueve desde la fe, Jack desde la ciencia, pero ambos van buscando, de alguna manera, lo mismo. En la cuarta temporada de la serie se produce una muy clara confrontación entre ambos poderes, el externo y el interno. En este sentido el famoso carguero actúa simbólicamente como balanza de la confrontación. Al final explota, detona alegóricamente su “carga explosiva” porque aquella tensión no podía durar más, y a partir de aquí el desenlace se irá precipitando en las dos temporadas siguientes. Ya lo advierte el título del primer capítulo de la temporada cuarta: El principio del fin. Y así será, porque las tensiones y fuerzas presentadas en las tres temporadas primeras se subliman en la cuarta, para dar lugar al tramo final de la serie.

¿Y donde está el poder interno? Hemos hablado de Jack y Locke, pero también lo vemos crecer, a través de los flashbacks, en los otros personajes principales de la serie. Ya sabemos como fueron sus vidas, y es ese conocimiento el que nos faculta para detectar sus transformaciones, que por una tortuosa vía llevan al camino de la transformación. No hay atajos, ni caminos fáciles, ni tienen cabida aquí las ingenuas fábulas de la new age. Solo hay un trabajo inmenso, una ahondar, un descender, un confrontar. Acción y más acción, porque los acontecimientos externos traducen los internos. Hay agitación dentro y fuera. Ese es el poder interno, un poder capaz de transformarlo todo, dentro y fuera. Los personajes ya comienzan a tenerlo muy claro y se adentran en el proceso, más y más. Pero no es hipnosis, es individuación. Locke lo sabe, Jack lo sabe, el Humo Negro lo sabe y algunos más lo saben. Ya no hay vuelta atrás. La isla entera también lo sabe.

Gil-Manuel Hernández i Martí

domingo, 20 de noviembre de 2011

Lost: His name is Jacob




El hombre detrás de la cortina, el mago de Oz, ese es Benjamin Linus para John Locke, el hombre de la gran fe y la gran capacidad de decepción, todo en uno.
Es cierto que en muchos temas de la vida siempre hay un hombre o mujer, detrás de la cortina.
A veces es difícil lidiar con el responsable de los acontecimientos. 
Tal vez por eso cada uno de nosotros debe esforzarse por ser la “persona a cargo” de nuestra vida propia.
Parece ser que Jacob es un nuevo, misterioso y fantasmal líder. 
Pero también pasa algo con Richard, que está en todos los momentos cruciales también y a través del tiempo.
Ben conecta con las primeras apariciones siendo niño y a la vez conecta con un desarrapado y primario Richard, ¿Será el mismo Richard que cuando Ben está con Locke? Obviamente sí.
Curiosamente, el concepto freudiano simbólico de matar al padre, aquí se cumple literalmente por dos de los supuestos líderes de la Isla, como vamos viendo.
Ben se aterroriza porque  Locke ha oído a Jacob y eso, como ya iremos viendo, no lo puede permitir de ningún modo. 
No solo esto nos indica que la Isla es extraña, como ya sabíamos sino que tiene secretos más terribles que oculta.
Como todo lo Numinoso, nunca tenemos una visión completa o de conjunto, solo preguntas y más preguntas, que nunca acaban de ser contestadas.

A lo largo de este drama del mundo, de esta metáfora de la psique humana y del Inconsciente colectivo, veremos muchas respuestas, pero también que siguen las eternas preguntas.

José López



jueves, 13 de octubre de 2011

La droga del poder


Lost puede ser leída e interpretada de muchas maneras, pero una de ellas es, ciertamente, la que gira alrededor de la alegoría del poder. En la serie se despliega toda una trama alrededor del poder, de su conquista y conservación, de su uso y abuso, de su vertiente externa e interna. Por un lado emerge el poder externo, el poder propiamente político, que implica el gobierno del grupo. De este modo debemos entender los liderazgos personales o las pugnas por él, como le sucede al grupo de recién llegados, cuando Jack Shephard entre en liza con James Sawyer, o como sucederá dentro de los Otros, entre Benjamin Linus y Charles Widmore. Pero también está el poder interno, el que solo conoce la lucha continua con las propias sombras, con los complejos de la psique, una lucha que también es diálogo, porque aquí no puede haber ni vencedores ni vencidos. Ese trabajo con el poder interno lo representa paradigmáticamente John Locke y se va manifestando en las transformaciones que los supervivientes van experimentando en la isla.

Con todo hay que admitir que uno de los pilares básicos de la serie es el conflicto que surge alrededor del poder terrenal, el poder externo, el de la pura dominación sobre los individuos, el poder como droga social que podemos ver todos los días en nuestra esfera política, en los noticiarios, incluso en nuestros ámbitos más íntimos, como la vida asociativa, laboral o familiar. Tener el poder significa la realización, un cierto éxtasis que lleva a que cualquier cosa valga para conseguirlo. Obtener la satisfacción de que los demás hagan lo que uno desea que se haga. En Lost las figuras que representan esta obsesión son Benjamin Linus y Charles Widmore, cuyas luchas y maniobras se aceleran en la cuarta temporada de la serie.

Benjamin Linus ilustra a la perfección la figura de todo aquél obsesionado por llegar al poder, capaz de desarrollar un pensamiento estratégico a largo plazo, calculando costes y beneficios de las piezas que se verá obligado a mover para, en un camino sinuoso, llegar a sus últimos objetivos. Ante estos, cualquier cosa que sea percibida como un obstáculo deberá ser eliminada, incluso utilizando la violencia y las malas artes. Así lo hace Ben, capaz de esperar pacientemente su ocasión entre los Otros, capaz de manipular lo que haga falta, capaz de instigar una purga como la que grandes dictadores hicieron con sus pueblos, un hombre que engaña continuamente, que da falsas pistas, que siempre dispone de un plan B. Un arquetipo que se repite en nuestras sociedades, el del político dispuesto a dejar cadáveres detrás de sí para disfrutar del poder, el del tiburón de las finanzas para el cual todos los demás son medios para un fin, el del eclesiástico o el científico que trepa sin tregua, y sin ética alguna, por la institución - tanto da que se hable de la iglesia como de la universidad - para verse en la cátedra coronado de laureles, hinchado de vanidad e investido de poder.

El poder como la droga más poderosa, a la cual no es fácil renunciar, de la cual no es sencillo “dimitir”. La política que nos rodea nos lo demuestra día a día. Charles Widmore también lo deja muy claro en Lost. Su rasgo central es la falta de piedad. No le tiembla el pulso, sus objetivos son lo más importante. Como les sucede a los magnates célebres, a los empresarios más endiosados. Él mismo es un empresario (Construcciones Widmore, Industrias Widmore, Laboratorios Widmore) Sus armas son la astucia, la agresividad, la lealtad al superior, la implacabilidad de su actuación. Es el símbolo del capitalista sin escrúpulos dispuesto a lo que sea por ampliar la cuota de mercado, por obtener nuevos beneficios, por ubicarse en la cima del mundo. Su obsesión por recuperar el poder de la isla donde fue líder de los Otros hará que su encarnizada lucha con Ben aparte tanto a él como a este de la prioridad de mantener a la isla a salvo del mundo exterior. Un ejemplo más de cómo la adicción al poder puede tener como tributo olvidarse de aquello que hay que proteger. Y sucede que finalmente el poder devora a quienes pretenden retenerlo como su exclusiva propiedad privada. Desata los peores monstruos y enfrenta a sus pretendientes. Una historia común y eterna. La historia que está ahí afuera, rodeándonos para incitarnos, si somos valientes, a ser de otra manera.


Gil-Manuel Hernàndez i Martí

martes, 4 de octubre de 2011

Lost: You are one of us, Brother...




Esta frase le señala a Desmond que forma parte de una hermandad religiosa, pero luego veremos realmente a donde pertenece y qué papel desempeña este personaje.
En cierta medida, todos: miembros de la expedición, pasajeros supervivientes, espectadores de la serie, somos todos miembros de una hermandad, la hermandad que busca un tipo de luz, en el sentido de insight, entendimiento, en busca de sentido.
Búsqueda de sentido en la serie, en la Isla, como parábola del sentido de nuestras vidas y ese es el juego de la magic box que representa la Isla.
Simpático el guiño que hacen los guionistas al film El puente sobre el rio Kwai, cuando el grupo expedicionario montado por Desmond sale silbando la melodía del film. Sobre todo si  tenemos en cuenta la épica historia que se narra en ese film de la segunda guerra mundial.
Desmond, como muchos otros de nosotros en algún momento, o muy a menudo, nos hemos movido huyendo de algo, intentando evitar algo, pero como ocurre siempre eso de lo que huimos nos encuentra más pronto o más tarde, no hay escape.
En ese sentido la Isla es un cruce de caminos, destinos, donde es imposible escapar sin asumir una y otra vez la verdad interior, nuestra verdad interior. Sería como cuando se repite de nuevo por Jack la frase de: “si no sabemos vivir juntos, moriremos solos”. También, cuando las cosas en esta isla no están ocultas por mucho tiempo, dice Locke que “la orilla del mar” los desentierra.
Es una constante en la Isla que todo está conectado, como cuando el abad de la abadía tiene una foto con una mujer de edad que saldrá más adelante en la serie de forma relevante, lo que ya nos anuncia que Desmond está ligado a este universo extraño de forma total.
Además la Isla se muestra cruel de forma aleatoria, a los enfermos o lisiados los cura, a las embarazadas las mata, impide que la vida tome cuerpo en la Isla si se ha generado allí.
Otra terrible experiencia, a modo de metáfora freudiana: Locke tiene que cumplir los designios para poder ser libre en la isla, matando al padre, matando a su padre. La alegoría freudiana se convierte aquí en un terrible parricidio, aunque el sujeto se nos muestre merecer eso y más, por su deleznable conducta. Poco a poco se nos va abriendo posibilidades más increíbles y terroríficas sobre que es la isla.
Como le señala Richard a Locke, cada uno tiene que encontrar su propósito, su sentido de vida.
Y justo buscar el propio sentido de vida, es lo que nos hermana a todos: “you are one of us , brother Desmond”; ¿y tu lector-espectador de Lost, has encontrado el sentido de tu vida?
Por primera vez, el padre de John nos acerca la hipótesis de que la Isla sea el infierno, o algo semejante, nos apunta la posibilidad de que todos estén muertos, como algunos sospechamos desde la segunda temporada.
Además las bendiciones y condenas se reparten de forma específica en los supuestos líderes: John deja de tener su columna lisiada y camina; Ben Linus, le crece un tumor que casi le paraliza. Ambos líderes o supuestos líderes tienen frágil su eje, su centro de equilibrio, otra metáfora interesante.
¿Qué clase de sitio es este que reúne todas las deudas y propósitos que deben ser enmendados? ¿Qué clase de espacio terrible de impartir una especie de justicia-venganza?
Lo iremos descubriendo a lo largo de la serie.
José López

Lost: La Anomalía




La anomalía, ese es el nombre dado a la Isla por Benjamin Linus, una anomalía que funciona como una chistera de circo, la caja mágica (the magic box).
Esa anomalía, es algo que continuamente nos ocurre: cuantas veces queremos ir en un sentido y ocurre lo contrario; queremos evitar algo y todo lo que hacemos nos lleva allí.
Pensamos en alguien con cierta insistencia y nos llama por teléfono o nos lo cruzamos en la siguiente esquina. Esas coincidencias, esas situaciones que sí van cargadas de sentido y lo vemos, C.G.Jung lo llamaba sincronicidades, debido entre otras cosas a otro factor empírico descubierto por él y que afecta a la psique, el factor psicoide. Un elemento que señala que la psique no es inmaterial, aunque  es virtual, no está en el cerebro (como postula Eduard Punset[1] y los neurofisiologos que él señala) pero no es metafísica, es energía y si es energía es material, como el universo que es materia y energía y apenas sabemos nada de este universo.
Lo mismo ocurre con nuestra psique y el cerebro, cuanto más sabemos, somos más conscientes de que se abren más y más preguntas sin respuesta…por ahora.
Por eso la anomalía enfrenta de nuevo y de forma sorprendente a John Locke con su pasado, con su horror-amor-necesidad, señalando que no podemos escapar de nuestro destino, al menos de aquel destino que no queremos o podemos afrontar cara a cara o comprender.
Esa anomalía afecta de diferentes formas a cada uno de los habitantes de la isla y les pide un precio.
Locke es un heraldo del luchador nato, hombre imbuido de grandes ambivalencias: o tiene gran Fe o la pierde y no cree en nada, pero siempre se lanza ciegamente a cualquier proyecto que le diga algo, que le excite. ¿Te reconoces en ello lector, seguidor de Lost? Tal vez si, tal vez no. ¿Ya vas viendo las orillas a tu isla personal? Sigamos abriendo los ojos a la narración.
La anomalía está presente continuamente en nuestras vidas si paramos lo suficiente para sentirla.  Siempre hay ese elemento extraño que nos hace parecer que estamos soñando, que nuestra vida es un sueño, o no es real, o depende de alguien que no distingues.
Ese factor Numinoso es el que quieren acallar continuamente los científicos racionalistas que quieren todo en orden, todo con sentido, aunque este sea lineal y prosaico.
No están abiertos a lo improbable, a lo diferente; su isla no tiene sorpresas, o no debe tenerlas.
Entre esas anomalías empieza a destacar más el humo negro, con su carga ominosa.
Descubrimos que la verja electromagnética es lo único que le impide pasar. Que el humo negro está íntimamente ligado a la Isla.
En esa Isla como va descubriendo poco a poco Juliet, la doctora investigadora, se entra conmocionado, drogado, dormido, no es fácil el acceso a la misma, se necesita un submarino, buena analogía de ciertos procesos de la psique. Para entrar se precisa perder la conciencia, el control.  Incluso ser llevado por los supuestos iniciados que saben entrar y salir…aunque a ti no te dejen salir. 
Todos nosotros, durante seis temporadas, creíamos estar fuera de la Isla, pero una y otra vez queríamos volver a formar parte del viaje de los del vuelo Oceanic 815.
Jose López


[1] Punset es un relevante divulgador científico español.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Lost: Tú no estás en la lista



Sí, querido lector y seguidor de Lost, aquí aparece uno de los grandes misterios de la Isla, descubrir que Kate no está en la lista, pero John parece que sí.
La interrupción de Rousseau avisándonos que han encontrado la verja cargada electromagnéticamente, nos aleja de este comentario del ruso Dimitri.
¿Qué puede significar ese comentario que hasta muy avanzada la serie no descubrimos? Aquí, aunque sigamos un orden cronológico intentando no desvelar nada fuera de lo adecuadamente rítmico de la trama, ha pasado tiempo suficiente desde que la serie dejara de emitirse, como para no trastocar la evolución de la serie para los nuevos espectadores de la misma; o a los que hacemos una revisión.
¿Puede haber gente seleccionada en esta Isla para algo? ¿Hay gente que es especial o tratada especial? Parece que sí. Y como en la vida misma, esa clase de diferencia, de injusticia diríamos, o de suerte para otros, se presenta constantemente.  Sin motivo aparente, sin justificación lógica, hay gente habitualmente favorecida, o que todo les resulta más fácil. O que las cosas casi siempre les van bien. En cambio hay otros a los que de manera continuada, persistente, la realidad les va provocando dramas, conflictos, es como si la fortuna les diera la espalda a ellos.
Es cierto, que en la mayoría de los casos somos agentes causales y merecedores de nuestra propia fortuna; pero no ocurre siempre, ni en todos los casos. En muchos casos parece que el hado de la fortuna tiene caprichosos designios, buenos o malos dependiendo de hechos aleatorios.
Y eso es algo que se reproduce también en los supervivientes del vuelo Oceanic 815, a lo largo de los flashes backs, de las situaciones que dejan a los pasajeros atascados en la isla, ese fenómeno se da una y otra vez.
Como tras la búsqueda para rescatar a Jack, esto les aporta una inesperada sorpresa.
Como una tela de araña, esa Isla está llena de sorpresas, como las de John con el hombre de Thallahassee.
Jose López 5 septiembre 2011

lunes, 1 de agosto de 2011

Crisis y desorientación


Las crisis generan desorientación. Solo así, desnortados, podemos atrevernos a comprobar que la opción revolucionaria es preferible a la opción conservadora. La desorientación es posterior a la sensación de pérdida, y mucho más prolongada que el estado de shock y alteración generado por el accidente, por el nuevo mito fundador. Hace ya tiempo que el motor estalló, que los restos de la nave se pudren en la playa de la isla. Hace tiempo tambien que una primera desorientación pasó, para ceder el protagonismo a una mayor y más intensa, marcada por la sensación de estar desaparecido de un mundo que hasta ese momento fue el nuestro. No en vano, Lost se tituló en algunos países latinoamericanos como Desaparecidos, pues sus personajes habían quedado fuera del juego habitual, extraviados de la geografía ordinaria con sus latitudes convencionales. Es como cuando uno sale de su país, atravesando la frontera, y ya al otro lado de la barrera es consciente de que su persona no existe en la patria de origen. Es, más que un emigrante, un exiliado o un apátrida, un desaparecido, desvanecido de una dimensión para aparecer en otra, a la que, obviamente, cuesta habituarse.

El complejo desarrollo de la serie Lost, conforme avanzaban sus temporadas, despertó todo tipo de hipótesis sobre su sentido último. Para algunos podría ser que los supervivientes estuviesen muertos o en una suerte de purgatorio. Para otros, los perdidos estaban realizando un viaje en el tiempo o se hallaban, de alguna manera, influidos por la intervención de naves espaciales o de alienígenas. Había también quien sostenía que todo lo que sucedía tenía lugar en la mente de uno de los personajes. E incluso tampoco faltaron los que defendían que la isla era un simple plató de televisión y que los supervivientes eran participantes involuntarios de un sofisticado programa de reality show, un poco al estilo de la película El show de Truman. Sin embargo, nada de esto definía el sentido último de la serie, que un visionado con “otros ojos” podría revelar. Pues si, ciertamente, la contemplábamos con ojos estrictamente científicos, puramente paranormales, ajustadamente psicologistas o llanamente mediáticos, nos estábamos quedando en su periferia, reveladoramente desorientados por sus propias trampas, quien sabe si puestas allí de manera consciente o inconsciente por los guionistas. Porque, al fin y al cabo, ¿podemos afirmar que los guiones son una obra única de sus guionistas o intervienen “fuerzas” del inconsciente colectivo que ellos ni controlan ni tan siquiera sospechan que existen?

Hay que mirar de otra forma. El ojo abierto con que comienza la serie lo deja bien claro desde el primer momento. Por ello, cuando arranca la cuarta temporada todavía permanece la incertidumbre acerca de si los tripulantes del carguero Kahana tren la salvación o la destrucción. Pronto van a llegar a la isla las personas que iban en el barco, mientras que avances en el tiempo nos introducen la vida futura de los “6 del Oceanic” que lograron salir de la isla para tratar de seguir con sus vidas. Pero no es tan fácil. Una vez rota la línea la desorientación se establece de modo crónico. Y así les pasa a todos aquellos que inician un viaje de transformación interior, incluso les sucede a las naciones en su periplo histórico, tras las revoluciones, guerras o cambios drásticos. Lo que sirve para el interior sirve para el exterior. Es una ley demasiado arraigada como para perderla de vista. Razón por la cual una aventura aparentemente exterior como la de Lost está, en realidad, radiografiando las derivas y desorientaciones internas. Porque tiene que ser así y no puede ser de otra manera. Toda crisis genera desorientación. La isla es un punto en el océano que no sale en los mapas, sin norte. Los 6 del Oceanic permanecen desorientados en sus nuevas vidas, los que se quedan no experimentan más certidumbre en la isla. Se trata de una paradoja. La desorientación profunda, definitiva, es la que marca la nueva dirección. No se trata de una desorientación ocasional, superficial, transitoria, esta es definitiva. Hemos de volverlo a repetir. Definitiva. Sin los habituales finales felices. Vivir en la desorientación para encontrar un nuevo continente. Perderse para hallar. Desaparecer para reaparecer. Morir para vivir. Tal es uno de los mensajes últimos de la serie. ¿Demasiado sofisticado? ¿Demasiado zen? ¿Demasiado místico? Demasiado real, en todo caso. Demasiado real.

Gil-Manuel Hernàndez

miércoles, 1 de junio de 2011

La auténtica revolución



Cuántas veces, por calles y plazas, se ha extendido la llamarada de la Revolución. Así, en mayúsculas, como una diosa poderosa que despliega sus brazos y con este simple gesto inunda las ciudades de un nuevo aire, el aire de la transformación radical de las viejas estructuras, de las caducas formas de pensamiento, de modos oxidados y formulas carcomidas por la inercia y la miseria. Cuántas veces el ser humano ha creído en esta diosa y la enaltecido, le ha levantado altares, proclamado leyes y encendido antorchas. Cuántas veces no hemos confiado, los humanos, en las bondades de la mítica y esperada Revolución, hasta el punto de convertirnos, como los judíos en la espera eterna de su Mesías, en sus más fervorosos creyentes. Solo así, pensábamos, acabarían las injusticias, se abolirían las guerras, reinaría la igualdad y la felicidad asentaría sus reales entre nosotros.

Pero cuántas veces también no nos hemos decepcionado, desanimado, desencantado, al comprobar, con una mezcla de tristeza y horror, que la Revolución se devoraba a si misma, que las plazas que albergaban los júbilos transformadores se poblaban de cadalsos vengadores y exaltadas multitudes enloquecidas por el olor de la sangre y la guerra. En cuantas ocasiones las revoluciones que parecían hacer realidad nuestros sueños fueron brutalmente reprimidas o, al triunfar, se convirtieron en sórdidas pesadillas, en prisiones gigantescas para el pensamiento, en degradadas cloacas de las primigenias ideas de libertad. Y sin embargo, el espíritu revolucionario está ahí, constantemente listo para emerger, pues las sociedades complejas tienden siempre a ser injustas, desiguales y estúpidas, y parecen progresar en todo salvo en lo esencial: en la transformación interna de cada uno de sus individuos. Quizás es por ello por lo que, hasta ahora, han fracasado todas las revoluciones en su programa de máximos. Porque se han quedado a medias, porque pese a algunos estimables logros han sido básicamente revoluciones exteriores, colectivas y sociales, sin ser a la par revoluciones en lo más hondo de cada persona, en lo más profundo de cada vida. Todas ellas glorificaron al “hombre nuevo”, que tan trágica y poéticamente enalteciera el presidente Salvador Allende, pero siempre acababa por regresar el “hombre viejo” a hacerse cargo de todo, pervirtiendo incluso las novedades positivas instauradas por la revolución.

En Lost, sin embargo, se levanta la bandera de la auténtica y verdadera revolución, la revolución interior, la cantada por los místicos. La isla es su plaza, su ágora, y el grandioso océano del inconsciente, es su contenedor. En medio, los personajes, confrontados a su impostergable transformación. Personajes a la busca de si mismos como autores de sus vidas. Y en este trance no valen demasiado las ideologías seculares ni las religiones convencionales. Ni las arengas partidarias ni las más manidas soflamas de la derecha y la izquierda, el progresismo o el conservadurismo. No, se trata de otro territorio, de otra lucha, de esa esforzada e íntima yihad que el Islam sufí define como la lucha interior, la difícil prueba que consiste en enfrentarse a los propios policías, a las más interiorizadas oligarquías de la psique, a los monstruos más represores de nuestro inconsciente para alzar los adoquines de la mente empobrecida y buscar bajo ellos esa playa que es la playa de la isla de Lost.

Una cosa es cierta, para que haya revolución ha de haber crisis. Y de la misma manera que las crisis sociales preparan las futuras revoluciones, las crisis personales hacen lo propio con las revoluciones internas. Incluso más, pues del mismo modo que la obsesión moderna con el crecimiento es la traducción compensatoria, aunque pervertida y deformada, de la aspiración interna de los individuos al crecimiento personal, las por lo general truncadas revoluciones externas traducen simbólicamente el constante anhelo de transformación interior. Así, en la isla de Lost los personajes afrontan su crisis personal, traducida, de alguna manera gráfica, por el accidente aéreo fundador de su epopeya colectiva, como una preparación para su revolución interior. La caída del avión del vuelo 815 Oceanic es la caída de “su” Bastilla. A los accidentados ya no les valen las excusas, los proyectos repetidamente fracasados, las huidas hacia delante, las grandes palabras e ideas. No tienen más remedio que, animados por el famoso humo negro, por la sombra, hacer estallar los polvorines, tomar las armas y lanzarse a las calles y plazas de su ser, alzando las barricadas, demoliendo los viejos castillos y enarbolando el estandarte del cambio. Solo así la revolución triunfa, aunque costará esfuerzo, sudor, sufrimiento y lucha, mucha lucha. El mundo exterior continuará ahí afuera, circundándolos, pero los héroes de Lost se querrán quedar, ya iniciada la revolución, en su isla, en su proceso, en su territorio liberado, con su tesoro recién descubierto.

Recordemos que la serie Lost comenzó a emitirse en Estados Unidos en 2004 y finalizó su emisión en 2010. Dos fechas entre las cuales el mundo se ha estado agitando con la guerra de Afganistán e Irak, con el terrorismo mundial de Al Qaeda, con el aumento de las desigualdades, con el agravamiento de la crisis ecológica y a partir de 2008, con una crisis económica de magnitudes globales. Es evidente, pues, que el mundo afronta una grave crisis sistémica que va más allá de lo económico y político para adentrarse en lo psíquico. Y en cierto sentido, la serie Lost, que crece y se desarrolla sintomáticamente en este periodo, recoge de forma simbólica los vientos de esa crisis y los traslada al plano íntimo y personal de las vidas de unos individuos a los cuales no les queda otra opción más que, o seguir durmiendo como sonámbulos, o iniciar su propia metamorfosis.

No en vano en la tercera temporada (emitida entre 2006 y 2007 en Estados Unidos) esta última opción se aprecia cada vez con mayor énfasis. Los personajes empiezan a descubrir una fuerza mayor que sus egos, ligada a la magia de la isla, y comienzan a comprender, no sin dolor, que se han de unir, de algún modo, a esa fuerza. Una fuerza que es, por definición, revolucionaria, pues trastoca completamente sus anteriores cosmovisiones, que los flashbacks subrayan, para impulsar a esos seres, intensamente conmovidos, por la senda de la transformación. Es justo en este momento de la serie, casi en su ecuador, cuando los perdidos se plantean seriamente dar por perdido su mundo caduco y “perderse” en el fragor de la revuelta. Las fuerzas ya están desatadas y nada las podrá parar. Como cuando estalla la Revolución.

Gil-Manuel Hernández i Martí

jueves, 26 de mayo de 2011

El humo negro ¿Dónde estamos? ¿Qué es esta Isla?




Lo enigmático estimula nuestra capacidad de interrogarnos, M. Heidegger.

Esta afirmación nos ocupa casi todas las temporadas de Lost. Efectivamente, como en la vida real, los procesos generan preguntas y más preguntas, pero no hay apenas respuestas.

Curiosamente, esa falta de respuestas se la concedemos a la vida, pero en la ficción cinematográfica o televisiva soñamos con la utopía o fantasía de tener respuestas, y eso lo mueven muy bien los guionistas de esta serie. Crean, así, muy variadas expectativas que irán in crescendo, de forma que el desajuste de ritmo de la segunda temporada va desapareciendo, al tiempo que se complica la trama.

Eko aprende muy rápido y fatalmente que el humo negro se manifiesta con imágenes de los seres queridos, de los apegos diríamos analíticamente de los personajes, es una especie de juez cruel y arbitrario que maneja ciertos hilos del lugar, convirtiendo a la Isla, en algo más que un trozo de tierra rodeado de agua salada por todas partes. Pero aún hay mucho material antes de adelantar que es el humo negro amenazante.

Ben le hace ver a Sawyer que están en otra isla alejada de la Isla de todos; dos islas separadas por el océano, pero unidas en un único propósito, algo que aún tienen que descubrir los náufragos y que no dominan del todo los habitantes habituales, conocidos como Los otros.

Mientras Sawyer y Kate viven desesperadamente el amor que se genera en muchos seres humanos cuando creemos que el fin está cerca…un último deseo de supervivencia.

En el capitulo “No es en Portland”, por primera vez vemos, sin saberlo, personajes de relevancia que saldrán a lo largo de la serie y que conectan la isla, más aun con lo mistérico; Juliette piensa en que un bus arrolle a su ex y eso sucede, a la manera de las dejá vu o las premoniciones, o incluso de algún tipo de sincronicidad, y eso la aterra.

En esos momentos veremos también la paradoja de Desmond, que nos hará pensar más aún en lo bizarro de la isla, en esa extraña combinación de eventos extraños que rodean a todos los habitantes del lugar.

Interesante descubrir como Jack es marcado por Achara, una asiática con el don de ver como es la gente y la implicación que lleva eso. Jack es marcado con la frase en chino: “El camina entre nosotros, pero no es uno de nosotros”.

Frase que nos sitúa claramente a Jack en el héroe por excelencia, en la proyección de todos nosotros del héroe hercúleo. Héroe solitario y aislado, a pesar de estar rodeado de gente, héroe sufriendo su dualidad.

De nuevo un juego de nombres, un tal MiKhaelBakunin[1] aparece como elemento superviviente también en la Isla, aportando pequeñas sorpresas.

Por primera vez se habla de una lista en la que todos no están, en la realidad en la cual que hay otro líder que no es precisamente Ben, Benjamin Linus y por primera vez encuentra la verja electromagnética que rodea a la iniciativa Dharma.

Continuamos compartiendo la sombra personal que hace que todos nuestros pasajeros naufragados fueran ya de entrada, almas perdidas, almas perdidas sobre todo para sí mismas.

Iremos viendo si esta Isla es el atractor que saca lo mejor de ellos mismos o todo lo contrario.

Jose López


[1] Guiño al personaje real Mijaíl Bakunin, anarquista ruso contemporáneo de Karl Marx, gran defensor de esos postulados, especialmente las tesis colectivistas.