martes, 21 de diciembre de 2010

Estar perdidos


En Lost hay algo meridianamente claro: sus personajes están perdidos. Y no solo perdidos en una isla desconocida y hostil, sino perdidos en el sentido existencial del término. A medida que los flash-backs nos presentan las vidas pasadas de los protagonistas vamos identificándonos con sus condiciones vitales, con sus carencias y problemas. Y pronto descubrimos que todos ellos iban con el rumbo perdido, sin norte, dando bandazos por la vida, empujados por las circunstancias, a las que ellos mismos contribuían, por una especie de laberinto enorme e insondable que bien podríamos denominar el laberinto vital.

Porque da la impresión de que la vida es una inmenso laberinto con mil retorcidas callejuelas por el cual es muy fácil perderse. Pues al nacer y al socializarnos en nuestros entornos culturales y familiares se nos provee con una brújula que suele andar bastante errada. No somos conscientes de demasiadas cosas y lo más habitual es un continuo deambular del cual solo conseguimos sacar lecciones a base de golpes y errores. En ocasiones también nos suceden cosas buenas y agradables, pero en el fondo vamos siempre perdidos sin encontrarle el sentido a la existencia y al mundo. En estas circunstancias es relativamente fácil extraviarse en todo tipo de espejismos, desde las ilusiones del amor romántico a los éxtasis del consumo, pasando por las modas, los credos políticos y religiosos o los amargos valles de la depresión y el abandono.

Los personajes de Lost no son ajenos a este deambular predominante, como lo demuestran sus variadas peripecias vitales, todas ellas resumidas en la condición de náufragos vitales, mucho antes de que su avión se estrellara en la isla. Más bien, su accidente es el precipitado final de tantas fuerzas que los habrían llevado en determinada dirección, de unas tendencias poderosas, conducidas por las implacables fuerzas del inconsciente. Y así nos hallamos frente aquellas criaturas que progresivamente van despertando nuestros sentimientos de conmiseración y de compasión. Nos vemos poco a poco identificados, a veces nos distanciamos para decirnos que nuestra vida no ha sido o es así, pero pronto hemos de conceder que la condición de perdidos de los protagonistas es también la nuestra. Un mundo de perdidos, aunque no un mundo perdido, pese a las apariencias.

En el complejo laberinto, sin embargo, a veces se abren atajos sorprendentes para avanzar mucho más de lo que avanzamos con anterioridad, pasillos o corredores inesperados que conducen a nuevos e interesantes parajes. Pero aún así ello no proporciona la garantía de nada. Podemos muy fácilmente volver a perdernos, o desconocer todo el sentido de aquellos corredores, de aquellos atajos existenciales. De hecho, esa es la situación que muchos de los personajes de Lost experimentan. No ven la oportunidad que se les abre más que con el paso del tiempo y la soledad. Necesitan certificar, con dolor, que el universo es indiferente a lo que hagamos con las oportunidades y riesgos que aquel nos presenta. Pues podemos estancarnos, retroceder o arriesgarnos a avanzar, que al universo le da igual. Si hay que hallar un sentido lo tenemos que construir nosotros con el universo, porque hemos de comprender que no estamos separados de él, antes bien lo creamos con nuestras observaciones, con nuestras decisiones, con nuestras creencias y nuestras acciones. Entonces podremos decir que conspiramos con él para que él conspire con nosotros, pero no contra nadie ni a favor de nadie, como suele ocurrir con las conspiraciones, sino para dejar claro que estamos hechos de la misma sustancia. En Lost todo el grupo, que representa metafóricamente a la humanidad, está perdido, pero por ello mismo la humanidad tiene la posibilidad de hallar un camino, ciertamente sin garantía de nada, pero un camino al fin y al cabo. Un camino. Un rumbo. Que no es poca cosa cuando nunca se ha transitado realmente por uno.

Gil-Manuel Hernàndez i Martí

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