lunes, 22 de noviembre de 2010

Lost: el ciclo Vida y Muerte, las dualidades perennes











En el capitulo llamado “No hacer daño” nos encontramos de nuevo con una constante desde el inicio de la serie: la Muerte, pero esta vez la variable es que, en el momento que Boone muere a causa de los múltiples traumas causados por su caída del avión bimotor, ocurre el milagro maravilloso de la Vida, el nacimiento del bebé de Claire que llamará Aarón.

Hasta ahora, el accidente aéreo sólo conllevaba muerte, angustia, pérdidas y miedos.

Esa caída de los cielos a la dura tierra, no aportaba esperanza sino una grave crisis de identidad: colectiva por un lado y personal en cada uno de los pasajeros-náufragos, como vamos viendo a lo largo de la serie. Donde, como dice Locke, en la Isla todos tienen una oportunidad de empezar de nuevo…pero siempre pagando un precio: Jack quiere salvar vidas, casi a costa de la suya, intentando alcanzar el perdón por su excesiva “rectitud”. Shannon y Sayid consiguen un esbozo del amor con mayúscula y se convierte en agridulce tras la muerte de Boone, a su vez tras nacer Aarón perdemos a Walter en manos de los Otros, nace un niño y se pierde otro.

En ese cambio vida muerte, están las muertes simbólicas, como la partida de la balsa de Michel en busca de ayuda, unos se quedan y otros se marchan, esa despedida “para siempre” es una de tantas muertes simbólicas que la vida nos obliga o nos induce a soportar. Cuando hacemos cambios, cuando se marchan o nos marchamos de nuestros seres queridos o amigos, cuando cambiamos de país, trabajo o circunstancias. Esta parte de la partida de la balsa con parte del grupo creo que ha sido una de las más memorables y mejor realizadas de las despedidas en el cine, su ritmo, su música, nos puso a todos el alma conmocionada y los ojos húmedos y a la vez alegres, todos deseando encontraran una solución pero a la vez temiendo que se acabara tan rápido la serie si encontraban ayuda.

El desarrollo posterior del clímax nos devuelve al horror de que no hay salida de esta Isla, de que los otros son más reales y temibles de lo que pensaban y de que de nuevo, les estalla su deseo y la balsa en la cara a punto de matarles, despertando de nuevo lo peor del ser humano, como en las escenas de los restos de la balsa donde intentan sobrevivir Sawyer y Michel. Allí vemos que Michel representa esa situación de desespero humano, de angustia máxima, donde se pierde el sentido de solidaridad de apoyo, despertándose los aspectos peores de la sombra colectiva. La culpa en general y en este caso de la paternidad puede despertarnos tal dolor que ciega cualquier comunicación para ver realmente al otro.

Y hablando de otros, cuando por fin salen de las aguas de ese mar que rodea a la Isla, como símbolo de las aguas del inconsciente, tropiezan con el terror de Jin al descubrir que hay más otros, otros diferentes, connotando fácilmente, que si no hay comunicación, contacto, cualquiera puede convertirse en otro extraño y peligroso, como acontece con los supervivientes de la cola del avión estrellado y nuestros protagonistas. Al final, nos traen nuevos sujetos que amplían el coro vivencial humano que completaría casi todos los aspectos de nuestra humanidad, asentados en esa isla por el destino. Aquí tendríamos el guiño-juego entre Karma como destino por los actos hechos y Dharma como opción de compensación; aunque los guionistas adaptan ese acrónimo con una determinada corporación: Dharma Iniciatives, creada por un tal Alvar Hanso. Dharma (Department of Heuristics And Research on Material Aplications)

A la vez, y con esa concatenación de eventos que semeja la vida realmente, junto al dolor del encuentro con otros “otros”, Hurley nos muestra sus dramas de oralidad, sus miedos al riesgo, a asumir responsabilidades por el solo; necesitar la decisión de Jack para actuar, etc.

Como contrapartida tenemos la relación de Rose y Bernard, apuntalada de intuiciones, amor, compartir las situaciones y la aceptación de la Isla como medio de permanecer, no escapar al destino, como una de las posibilidades a escoger.

En esta etapa del viaje interior siguen adaptándose a lo que la isla les va “demandando” como dice Locke, sigue siendo un campo de batalla entre el hombre de ciencia y el hombre de fe, un elemento esencial en la vida de cada ser humano: integrar estos dos aspectos, sin que ninguno salga prevalente. Ya aparece un primer elemento de condena y explicación de la Isla, muy relacionado con el mito que señala que el conocimiento trae responsabilidad y a veces condena. Esa escalera de bajada tras abrir la escotilla, por la obsesión del hombre de fe en ir más allá pero sin bases serias, más que su intuición o su deseo. Sería la bajada por la escotilla como una bajada al infierno,” la rueda” del destino, donde aparece por primera vez el nombre de Dharma y el dibujo que simboliza los trigramas del I Ching. De nuevo, como vimos en el texto anterior los números se reproducen, su suma 108 genera el peligro de destrucción masiva. Es la lotería de la elección, creer o no creer, decidir o no; la atadura a lo “supuestamente” cierto. Esta etapa de la serie creó mucha polémica por decidir que podía significar realmente esta isla, de hecho, la aparición de Desmond, riza el rizo de las casualidades y a partir de ahí se confirma que nada de lo que les está pasando es casual.

Todos están entrelazados como en la rueda cósmica hindú del Samsara.

Locke sigue aportando sus visiones justificadoras de sucesos, como el que la Isla precisa sacrificios, en el caso de Boone o que sobrevivir es relativo.

Junto a ellos tendrán que confrontar el hallazgo de nuevos náufragos que entran en la dinámica de convertirse en unos otros y ser ellos mismos otros para los recién llegados que tienen que adaptar ese colectivo.

Aquí empieza a aparecer un individuo que se convertirá en una constante muestra de relevancia en la historia. Más adelante iré señalando el valor de este personaje en el drama global.

Jose López

No hay comentarios:

Publicar un comentario