jueves, 18 de noviembre de 2010

LOST: La confusión


Tras la caída llega la confusión. Los pasajeros acaban de estrellarse. Algunos yacen muertos, otros moribundos, otros heridos, todos los supervivientes confundidos, golpeados, desorientados. Algún motor del avión destrozado todavía está por estallar. El peligro es evidente. Hay caos y sensación de irrealidad. Nadie sabe qué ha pasado exactamente, donde han caído, porqué han caído. Es el reino de la confusión.

La escena de partida tras el accidente es simbólicamente reveladora: el desorden que sigue a la caída, los efectos del mazazo que supone todo acontecimiento crucial en la vida de las personas o de los colectivos. A partir de entonces hay un antes y un después, separados por el acontecimiento fundador del periodo liminal, de esa franja espaciotemporal que marcará la oportunidad para la transformación, que unos aprovecharán y otros no.

Pues bien, en esa confusión dantesca que es la playa donde yace varada la nave siniestrada observamos que el mundo entero está presente. De hecho, la escena de inicio de Lost bien parece una metáfora del carácter que está alcanzando la globalización. Si nos fijamos bien, allí hay individuos de todo el planeta mezclados, pertenecientes a todas las razas, con predominio evidente de los blancos occidentales, que siguen detentando el poder decisorio en el mundo. Hay gente de variada procedencia, como para significar que todas las culturas están allí, y que todas las culturas tienen en común el hecho de tener que enfrentarse a los grandes temas de la existencia humana, que Carl Gustav Jung vinculó a los arquetipos dinamizadores que pueblan el inconsciente colectivo. Todas esas culturas que se encuentran en la playa, forzadas por las circunstancias a un inesperado y fatídico acto de fraternidad intercultural, deberán abordar la pérdida, el duelo, el miedo, la supervivencia, la rabia, las rivalidades… De alguna manera, en el inicio de la serie se deja bien claro algo que la antropología reivindica desde su misma fundación: que todas las culturas son equivalentes, porque de una manera fenomenológica, es decir, a través de la diversidad, no hacen más que evidenciar una condición ontológica básica: que todos los seres humanos están constituidos culturalmente. Que esa común constitución cultural refleje la común constitución psíquica quedará más que claro a lo largo del desarrollo de Lost: el tronco humano y sus ramas culturales comparten los mismos temas esenciales. Los inconscientes personales son enteramente inseparables del gran inconsciente colectivo: las gotas de agua y el océano.

A partir de estas consideraciones adquiere pleno sentido la posterior aparición de los Otros. De hecho, la investigación antropológica de las culturas trata fundamentalmente de la dialéctica, recurrente en el espacio y en el tiempo, entre nosotros y los otros. Esta dialéctica recorre la serie de principio a fin: los que acaban de llegar a la isla y los que ya estaban en ella, los que regresarán de la isla a sus vidas y los que se quedarán, las fuerzas asociadas a Jacob y las ligadas al Humo Negro, los hombres y las mujeres, el mundo exterior y la isla, los que se “salvan” y los que no lo hacen…

La alteridad es uno de los telones de fondo de la trama, que se plasma en el tremendo problema de cómo relacionarse con los otros, cómo comprenderlos, atraerlos, aprehenderlos, sustraerlos… Los personajes de Lost están perdidos, entre otras razones porque no saben muy bien qué hacer con los otros, como nos sucede a nosotros en la vida cotidiana. Y es precisamente esa dificultad de relacionarse con el otro el fundamento de las relaciones sociales, la clave de bóveda de eso que llamamos comunidad, o incluso de ese abismal reto que denominamos la constitución de la sociedad. Con la caída aparece la confusión. El descenso a los infiernos se confunde con la posibilidad del paraíso. Los vínculos sociales han de recomponerse, la tribu comienza a imponerse, los instintos se afinan, y los arquetipos universales se recargan. Seguidamente comenzarán a hacer su aparición disfrazados con los ropajes de los múltiples complejos que se evidencian entre los pliegues del drama social que se despliega en la playa primigenia. Y no hay forma de escapar de ellos, solo cabe vivirlos.

Gil-Manuel Hernàndez

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